20 de febrero de 2011

Ciudadanos romanos para la historia (IV)

  M. Curcio

 

Según la leyenda, transmitida por diversos autores, con especial importancia de Tito Livio, en los primeros tiempos de la República se habría abierto un gran agujero en el Foro, hoy pequeño, rellenado y pavimentado, pero entonces un gran sima imposible de rellenar con tierra por los romanos. El oráculo dictaminó que la única forma de rellenar aquel gran agujero era sacrificando lo más valioso de la República.

Curcio fue quien comprendió que lo más valioso que tenían los ciudadanos de Roma era la juventud y la fuerza de sus soldados. Así, decidió sacrificarse a sí mismo arrojándose al abismo montado en su caballo y totalmente armado. El agujero quedó rellenado y se formó el lago Curcio.
En las orillas del lago surgieron tres árboles de simbología positiva: una higuera, una viña y un olivo. Además, existía la costumbre de lanzar monedas al lago como ofrenda al “genio del agujero”, Curcio.
Otra leyenda hace a Curcio un sabino que participó en la guerra entre Tacio y Rómulo y que se vio atrapado con su caballo en los pantanos que había alrededor del Comicio, debiendo abandonar su caballo. El nombre del lago se debería en este caso a este hecho. 
Tito Livio da otra versión: que el Lago  recibie su nombre de Mettius Curcio, jinete sabino que cayó en él en la guerra derivada del rapto de las sabinas. Una tercera versión, narrada por Varrón, atribuye la consagración del lugar al cónsul Cayo Curcio, en el 445 a. C. después de que el impacto de un relámpago lo abriera.

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