27 de diciembre de 2010

Ciudadanos romanos para la historia (I)


  Cayo Mucio “Escévola”

Cuando los romanos destronaron sobre finales del siglo VI a.C. a Tarquinio el Soberbio, último rey de Roma, éste, resuelto a recuperar su trono, fue a pactar con el rey etrusco Lars Porsena, uno de los mayores enemigos de la ciudad de las siete colinas. El rey etrusco vio en esto una oportunidad de iniciar una guerra de conquista contra sus incómodos vecinos del Lacio, con la pretensión de restaurar a Tarquinio en su trono, aunque ahora como fiel aliado de los etruscos. 

El ejército de Porsena llegó hasta las murallas de Roma, poniendo sitio a la ciudad. La nueva república romana, ante semejante acto de traición de su despótico ex-monarca y la agresión etrusca, resolvió asesinar a Porsena como forma de impedir que éste se hiciera con el control de Roma.



El voluntario designado para tan arriesgada misión fue el joven Cayo Mucio. Éste se disfrazó de etrusco para pasar inadvertido entre las fuerzas enemigas, y cruzando el río Tíber, se encaminó al campamento de Porsena guardando una daga entre sus ropas. Una vez alcanzada la tienda del rey etrusco, se encontró allí a un individuo ataviado con ricas vestiduras al que confundió en la oscuridad con el rey. Cayo Mucio se le echó encima y le asestó una puñalada, dejándolo herido de muerte.

Rápidamente, la guardia del rey advirtió su presencia y lo capturó, conduciéndole a presencia de Porsena. Aunque Cayo Mucio sabía que su vida ya no valía nada, el sentimiento de frustración por su misión fracasada pesaba más que la amenaza inminente de una dolorosa muerte. Porsena se encaró con el asesino, exigiéndole su nombre y procedencia, y amenazándole con quemarlo vivo si no decía de inmediato quién le había enviado a asesinarle. “Mi nombre es Cayo Mucio” -dijo el romano- “He venido como enemigo a matar a mis enemigos. Estoy tan dispuesto a morir como lo he estado para matar. Los romanos actuamos con valor y cuando la adversidad nos golpea, también sabemos sufrir con valor“. Para demostrar que la muerte no le asustaba, y asegurando que “poco importa el cuerpo a quien aspira a la gloria”, metió su mano derecha en el fuego y se quedó allí impertérrito mirando al rey mientras las llamas consumían su carne, sin emitir queja alguna a pesar de su atroz sufrimiento.

Admirado ante el arrojo del joven Cayo Mucio, Porsena le perdonó la vida y le dejó regresar a Roma. Agradecido, Cayo Mucio aseguró al rey etrusco que de donde él venía había más de trescientos voluntarios dispuestos a correr la misma suerte que él con tal de conseguir asesinarle. Convencido de lo inútil que era tratar de someter a gente tan decidida como los romanos, Porsena se retiró con su ejército a sus tierras de Etruria. La República había sido salvada, y Cayo Mucio recibió el sobrenombre de “Escévola” (el zurdo) por su hazaña.

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